Torre de Doña Blanca
La torre Blanca o de Doña Blanca, construida seguramente a finales de s. XIII, se encuentra en el extremo sur o más meridional de Albarracín, como atalaya de vigilancia de la hoz que conforma el río Guadalaviar e intramuros del principal recinto amurallado de la ciudad (s. IX). De hecho, a la torre se la considera como uno de los castillos del sistema defensivo de la ciudad. Su ubicación limita con edificios tan emblemáticos como la Iglesia de Santa María, la antigua Sinagoga (Iglesia de San Juan); así como, las antiguas ruinas del Convento de San Bruno, el Antiguo Hospital -hoy Museo Municipal- y el barrio de San Juan (antiguo Barrio Judío).
La ubicación de la torre es fundamental para la defensa de Albarracín estando en el segundo anillo de la defensa de la ciudad. Con la torre de la Muela (actualmente, en ruinas) y la torre del Andador, entre ellas se podían hacer y enviar señales conformando todo un sistema defensivo de avisos y comunicaciones en periodo de necesidad.
La torre se erigió sobre un tramo de roca de piedra caliza y muestra esquinas de sillería labrada. Entre sus piedras rejuntadas con mortero de cal se incrustan trozos de escoria de metal de tonalidad oscura -que brillan con determinada luz-, las cuales se recuperaron en la reconstrucción de la torre al encontrar trozos de ellas en las inmediaciones. Debe indicarse que estas incrustaciones de escorias metalúrgicas también se aprecian en otros tramos de la muralla.
Su planta es cuadrada con poco más de once metros por cada lado y con unos muros de más de dos metros de ancho. La torre se divide en tres plantas con una altura considerable en cada planta y, antiguamente, disponía de almenas en la parte superior. En la primera planta, se encuentra la única puerta acceso situada a más de siete metros de altura por razones de estrategia defensiva. En la segunda planta, se conservan las ballesteras o saeteras al estilo aragonés, una a cada lado excepto al norte que dispone de dos. Y, por último, y en la tercera planta también se localizan ballesteras, culminando la torre con una terraza que servía de vigilancia y defensa y que, en la actualidad, constituye uno de los miradores más destacados del conjunto monumental.
En el año 1.600 los padres dominicos se instalaron en las inmediaciones de la torre y fundaron el Convento de San Bruno, solicitando su uso al rey Felipe III y quedando, por tanto, anexionada al citado convento. Posteriormente, la torre se convirtió en la biblioteca y los archivos de la propia Diócesis de Albarracín. Este espacio se decoró con pilastras y una bóveda vaída, quedando la torre abandonada tras la desmembración en 1.581 de la Diócesis en dos: una de Albarracín y otra de Segorbe. A su vez, el solar del convento se fue convirtiendo en el actual cementerio.
En el año 2001 se reconstruyó gran parte de la torre con fondos del Gobierno de Aragón, del Ayuntamiento de Albarracín y de otras entidades. Este proceso de restauración se llevó a cabo por la Fundación Santa María de Albarracín. Como contrapartida, el Ayuntamiento de Albarracín la cedió a la citada Fundación y ésta la incorporó como centro o espacio expositivo en el marco de sus “Espacios y tesoros” para dinamizar culturalmente nuestra ciudad.
Finalmente, y entorno a este majestuoso torreón de vigilancia, se ha forjado una de las más bellas y melancólicas historias de la serranía de Albarracín, la “Leyenda de Doña Blanca”, que era la hermana menor de uno de los reyes de la Corona de Aragón:
Doña Blanca era una princesa de extraordinaria belleza. Tanto, que la esposa de su hermano, el heredero a la Corona de Aragón, estaba celosa de ella, puesto que todos los ojos se posaban en la joven princesa. Cuando su hermano subió al trono, Doña Blanca permaneció en la corte junto a su madre, pero la nueva reina no iba a permitir su presencia. Algunos de los grandes nobles aragoneses le aconsejaron que huyera a Castilla, camino del reino vecino. La joven y su corte hicieron una parada en la ciudad de Albarracín, señorío de la familia Azagra. Las gentes la recibieron con entusiasmo y ella se aposentó en la torre más al sur. Trascurridos unos días, los habitantes esperaban impacientes volver a ver a la princesa en su marcha hacia Castilla. Mas el tiempo pasó y la comitiva regresó a Aragón, pero sin Doña Blanca. Los habitantes de Albarracín creyeron que algo terrible le habría sucedido y habría muerto, y que había sido enterrada en una de las torres junto de la muralla. Pero nadie supo qué sucedió en realidad. Dicen que Doña Blanca murió de melancolía, presa en el interior de la torre. Cuentan los habitantes de Albarracín que todas las noches de luna llena durante el verano, cuando las campanas de la iglesia de Santa María tocan a medianoche, se puede ver la figura de una mujer que baja a bañarse al río Guadalaviar. Es el espíritu de Doña Blanca, que vaga errante de pena por las aguas del Guadalaviar (…).
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